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jueves, 7 de marzo de 2024

Especial 8-M: La vez en que Jesús protegió a María Magdalena, de ser apedreada (en público) por una multitud (Juan 8, 1-11)

 

Lo hemos dicho hasta el cansancio, Jesús es una de las figuras históricas más influyentes en la sociedad. Mientras los cristianos le dan una cualidad divina, los ateos lo valoran en sus dimensiones moral e histórica. Sin duda, una de las cosas que la gente más valora de dicho personaje es su compasión con el más oprimido aunque siempre con el propósito de convencer para que la gente confíe siempre en el poder de Dios.

Uno de los tantos episodios que marcaron la trayectoria del Cristo terrenal fue el momento en que protegió a María Magdalena, una mujer contemporánea del mesías durante la antigüedad (Año 0). Aunque comúnmente la definimos como alguien quien se habría desempeñado en el comercio sexual, hay historiadores indicando que ese concepto en realidad fue instalado en el año 591 d.C. bajo pontificado de Gregorio I. En fin, el asunto es que ella con sólo haber conocido a Cristo (frente a frente) experimentaría una renovación espiritual bien trascendente que la marcaría de por vida.

También han surgido mitos (no tan serios) de que ella sería una amante no reconocida de Jesús, o que incluso después de la crucifixión habría hecho su vida con él consolidándose en matrimonio. Pero todas esas ideas tienen más de fantasía que rigor, razón suficiente para que ninguna congregación cristiana lo confirme (ni católicos ni evangélicos).  




¡Vayamos al hecho concreto! Bien se sabe que en tiempos antiguos, el machismo y la violencia contra la mujer fueron normalizados. Bajo una suerte de hipocresía, había un momento en que una multitud de hombres se lanzaban como hienas contra María Magdalena en consecuencia que muchos viajeros se atendían (en su minuto) con ella.

Viene el momento en que una jauría de hombres la persiguen hasta arrinconarla en una muralla, y con la clara intención de apedrearla hasta quitarle la vida. Cuando la rabia, la ira y la cólera los consumía, uno de ellos se acerca a Jesús (quien ya tenía reputación popular por su habilidad para predicar) preguntándole que debían hacer con la “adultera” (Así la describen en los textos católicos, ¡porciacaso!). 



 Jesús, con el fin de enfrentar la hipocresía y el cinismos de esos sujetos, dio la orden de que quien estuviera libre de pecado fuera el encargado de lanzar la primera piedra. ¡Tremenda jugada! Dado que todo mortal es pecador, y es imposible que hubiera alguno quien no se hubiera equivocado o no hubiera actuado mal en su vida.

En la película “Jesús de Nazareth” (esa misma que ya es tradición ver en un Viernes Santo) se puede apreciar como los tipos se empezaban a calmar, a tal punto que se retiraban del lugar arrojando así las enormes piedras al suelo desistiendo por completo de agredir a María Magdalena. De a poco se iban, pero la mujer asumiendo que le tocaría la desgracia aun seguía absorbida por el miedo.   

 Cristo se le acercaba a la mujer para hacerle saber que lo peor ya había pasado. En completa paz, calma y serenidad Jesús le habla en voz baja, tocándole de su hombre, para preguntarle ¿Dónde están esas bestias que la querían apedrear? Y recién allí vendría el alivio para esta pobre mujer quien vivía atormentada ahí en el muro. María Magdalena daba vuelta su cabeza hacia atrás, percatándose que se había salvado.

Luego, él le pide que se tranquilice ya que tampoco la condenaría. Dijo que se fuera tranquila, porque definitivamente ya logró salvarse de posibles “ataques brutales”, aunque posteriormente menciona que ella (de aquí en adelante) no pecara más. Este último mensaje igual genera algo de discusión, porque cuando hay mujeres que se dedican al comercio sexual (aun con todos los riesgos que allí se corren) no lo hacen por gusto o afán de lujuria salvo contadas excepciones sino más como una forma de generar ingresos muchas veces por la falta de oportunidades laborales. 


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 Aunque desde la concepción religiosa se entiende que el cuerpo es sagrado, por lo que para el “amor correspondido” éste sería el único merecedor de la entrega que le haría la mujer como pareja (polola, esposa). Por eso que muchas veces las relaciones íntimas se les asocia al dicho popular “hacer el amor” (por ejemplo, en letras de canción de una famosa cumbia), porque como este concepto romántico significa “entrega” ella dispone de su cuerpo al hombre de quien realmente se enamoró.

Con el correr de las escenas, vendrían otras en donde esta misma mujer se le acerca a Jesús para ungirle sus pies con un perfume especial. Allí Cristo valoró el gesto, interpretándolo como una forma de adoración incondicional ante aquello que la protegería o proveería (derechamente a Dios). Con eso mismo aprovechó de increpar a los anfitriones que lo invitaron a la cena, ya que en su intención egoísta o hedonista estos señores buscarían servirse materialmente a costa de traer a Jesús como invitado muchas veces como excusa para degustar un suculento banquete (crítica que en estos tiempos podemos perfectamente hacerla hacia la elite política). Y en esa misma escena, el mesías le devuelve el frasco con perfume a María Magdalena, espiritualmente arrepentida de su vida pasada como “mujer de la vida”, pidiéndole que para el momento de su funeral ella lo volviera a traer (Anticipando así un triste y pronto “Vía Crucis”). 



Viene el momento de la crucificción, Jesús pierde la vida tras ser clavado en la cruz y María Magdalena vuelve a escena. Si bien nunca había conocido a María (la vírgen), quien también estuvo presente en el momento trágico acompañando a su hijo, ésta última no puso en duda la llegada de esta mujer del pelo encrespado entendiendo desde siempre los planes de Cristo en la tierra.

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Todo lo escrito anteriormente fue una interpretación “laica” por parte de un bloguero quien simplemente interpreta lo que está escrito en las Sagradas Escrituras.

Pero bien sabemos que el buen cristiano no se confía de un artículo escrito por algún periodista, sino más bien de LA PALABRA DE DIOS. 

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Por esa razón leerás ahora la transcripción del evangelio, extraído de

JUAN, CAPÍTULO 8 Y VERSÍCULOS DEL 1 AL 11:


Y Jesús se fue al monte de los olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a el; y sentado a él, les enseñaba. Entonces los escribas y fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: MAESTRO, ESTA MUJER HA SIDO SORPRENDIDA EN EL ACTO MISMO DE ADULTERIO. Y EN LA LEY NOS MANDÓ MOISÉS APEDREAR A TALES MUJERES. TÚ, PUES, ¿QUE DICES? Más esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo:


EL QUE DE VOSOTROS ESTÉ SIN PECADO SEA EL PRIMERO EN ARROJAR LA PIEDRA CONTRA ELLA.


E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó sólo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo:


MUJER, ¿DÓNDE ESTÁN LOS QUE TE ACUSABAN? ¿NINGUNO TE CONDENÓ?


Ella dijo: NINGUNO, SEÑOR. Entonces Jesús le dijo:


NI YO TE CONDENO; VETE, Y NO PEQUES MÁS



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