¿Es el derecho a QUEJA una mera práctica de amargados? ¿O es una necesidad urgente para el cambio y el progreso?
Para encontrar una respuesta, es útil mirar hacia atrás.
En la primera década del siglo XXI en Chile, se forjó una cultura social que valoraba el cuestionamiento. Desde el año 2000, con el rock y la onda alternativa como banda sonora, la televisión chilena abrazó una tendencia liberal y progresista. Programas como "Ciudad Cuática" (Con "Chico Jano" en Chilevisión, verano del año 2001), "El Futuro de Chile" y "Pantalla Abierta" de Canal 13 incentivaban la libre expresión juvenil, mientras que la irreverencia de "CQC Chile" y la potente crítica del vocalista de la banda "Los Prisioneros" Jorge González contra la invasión en Medio Oriente desde el Festival de Viña 2003 (un mensaje bien potente y polémico contra George W. Bush en la Quinta Vergara ¿¡Te acuerdas!?), todo eso construía un ambiente donde encarar la injusticia no solo era aceptado, sino incluso una moda. Este clima "idealista", ligado a las izquierdas, fue el germen de la "Revolución Pingüina" de 2006.
Incluso a nivel regional, el Biobío tenía su arquetipo de "político peleador", que increpaba con "pachorra" y sin temor en el terreno, removiendo el gallinero mediático (Como lo hacía Alejandro Navarro cuando aparecía en las notas informativas del Canal 9 de Concepción: "Noticias"). Eran los 2000 del "rockero", "revolucionario" y del "idealista", que a pesar de la apatía en los sectores más vulnerables, empoderó a los jóvenes de clase media a opinar contra el poder.
Sin embargo, los 2010 trajeron un vuelco: de la moda idealista pasamos a una ola consumista y hedonista, con el reggaetón conquistando las radios. Allí se impusieron nuevas éticas que buscaban opacar la crítica, como el famoso "Es re fácil criticar, lo que cuesta es proponer" o el lapidario "Criticar tanto, es de mediocres que arden como garrapatas".
Había algo de razón en que la crítica fácil se queda en el panfleto y no impulsa el avance, pero este cambio de foco también fue impulsado por la búsqueda de placer y el dinero, que naturalmente desmotiva los idealismos. ¿Cómo lograr la felicidad? ¿Luchando por el bienestar social, o dejando la bandera de lucha para pasar el fin de semana en intimidad con la pareja? ¡El dilema estaba servido!
A pesar de que el Estallido Social del 2019 recuperó esa ideología progresista, el actual sentimiento de hastío ante la clase política y el avance de la ultraderecha en 2025, han opacado el anhelo de justicia social propuesto por la izquierda. En resumen, si antes se impulsaba la crítica, ahora se nos hace creer que mucho reclamo es propio de gente sedentaria que oculta su mediocridad.
Hoy, las redes sociales abren espacios de crítica que antes estaban monopolizados por la televisión y sus noticieros incuestionables. Para que el progreso se impulse, todo parte de la crítica cuando un individuo o una comunidad perciben que las cosas están fallando y necesitan mejorar. Los reclamos son la semilla de las soluciones. El ejemplo local es claro: la pileta de la Plaza Los Conquistadores de Penco estuvo años en pésimo estado, y fue la presión comunitaria, canalizada estratégicamente por la autoridad de turno, la que la transformó en una de las más bellas de la Región del Biobío. Las críticas se hacen cuando el malestar persiste, y exponerlo en redes sociales es hoy la única vía para que la autoridad, a largo plazo, tome cartas en el asunto. Si se expone el maltrato de los conductores de la locomoción colectiva hacia los estudiantes, es con la simple esperanza de que un día se apliquen leyes que sancionen dichos tratos humillantes, para que los jóvenes puedan viajar en paz. ¡Tan simple como eso!
No obstante, existe un grupo que prefiere mantenerse en el Status Quo, evitando la crítica para no "amargarse la vida". Son aquellos que tildan a los quejosos de resentidos, sin cuestionar el trasfondo del reclamo, y su timidez social se traduce en un cómplice silencioso del estancamiento.
Es cierto que la crítica reiterada puede resultar tóxica en el ambiente, sobre todo cuando la autoridad no escucha, o cuando el reclamo lleva años sin ser atendido. Se genera un efecto psicológico donde la gente se aburre, como ha ocurrido en las redes sociales, donde el muro de Facebook pasa a ser ahora una fosa de desahogo que los políticos permiten, pero no acogen. Y quienes se aburren de que otro se quejen en internet, no son más que gente egoísta, poco comprensiva, o son perfiles que ni siquiera se dan el tiempo de saber porque hay tanto reclamo en su "Feed".
Aunque también hay otros tipos de "amargados silenciosos" (pasivos) cuando mantienen un estilo de vida forzado y fingido, como bien retrataba la teleserie chilena de MEGA "El Jardín de Olivia" (Tenemos aquí el ejemplo de Ignacia Walker quien se quejaba -dentro de su burbuja- que su madre siempre andaba amargada, sin saber en los primeros capítulos que la señora estaba siendo abusada por su marido. La amargura en ese caso era síntoma de un sin fin de violencia y humillaciones, aquellas que Doña Bernardita Vial no se atrevía a denunciar por miedo).
El punto álgido de este debate se concentra en el concepto de "resentimiento". Cuando la influencer viñamarina Catalina Olivares tildó de "resentido" a un opinante de izquierda por reclamar la falta de oportunidades en los sectores vulnerables —éste último "compañero" cuestiona a un rostro de televisión como Sammy Reyes que apela a la igualdad de oportunidades—, ella apeló a la autosuficiencia de la persona para triunfar sin "muletas". En su crítica, la derecha apela al concepto de Igualdad, donde la ayuda llega en igual cantidad a todos, sin considerar las distintas dificultades. Pero al ignorar la realidad del pueblo que viaja en micro, ella también ignoró la Equidad (a lo que apuntaba el hombre de izquierda), que sostiene la necesidad de aplicar más ayudas a quienes tienen más dificultades o menos herramientas, como una persona neurodivergente o alguien sin contactos.
En ese sentido, la crítica es legítima, porque esperar que el Gobierno haga todo no tiene sentido, pero desligarse de quienes más necesitan ayuda es una forma de perpetuar el estancamiento. En la vida real de un militante de derecha, esta lógica se ve cuando en una salida de restobar, cada uno se costea su plato de salchipapas, demostrando la "igualdad ante la ley": si tienes billetes consumes, si no, ¡te vas!
El derecho a queja no es el refugio de la amargura; es, en esencia, la primera y más vital herramienta del ciudadano para forzar la evolución de la sociedad. Callar es ser cómplice del vicio. Reclamar, aunque duela y agote, es el primer paso hacia la justicia y el progreso.
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