Pocas historias en la bitácora de la humanidad resultan tan conmovedoras y vigentes como la que ocurrió hace más de dos mil años en los polvorientos caminos de Judea, donde el destino de un humilde carpintero y una joven llena de gracia se entrelazó para cambiar el mundo hasta nuestros días.
Todo comenzó con un matrimonio pactado bajo las severas leyes de la época, en el cual la notable diferencia de edad entre un José maduro y una María adolescente no era más que el reflejo de una sociedad que buscaba seguridad y protección para la mujer.
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| En un momento inesperado, un objeto paranormal (un ángel) se le apareció a la adolescente María de tan solo 17 años. A ella le avisan que va a parir al niño Jesús. |
Fue en el silencio de una noche cualquiera cuando la paz retornó al corazón de José, pues el Espíritu Santo le reveló en sueños la pureza de su esposa y le encomendó llamar al niño Jesús, otorgándole la certeza necesaria para celebrar su matrimonio con una fe inquebrantable.
El destino final de este viaje fue Belén, donde la falta de hospitalidad de las posadas locales obligó a la pareja a refugiarse en la sencillez extrema de un establo; allí, entre el calor de un buey, un burro y el balido de las ovejas, el Niño Dios nació en un humilde pesebre rodeado de paja, bajo la vigilancia de una estrella que brillaba con una intensidad nunca antes vista. 
Belén, localidad natal de Jesucristo, se ubicaba en
la antigua Judea (Cerca de Jerusalén)
La llegada de tres Reyes Magos para adorar al recién nacido trajo consigo un momento de alegría, aunque también fue el inicio de una persecución ya que uno de los sabios advirtió a la familia sobre las oscuras intenciones del Rey Herodes, quien, atrapado por la ira, la envidia y el temor a perder su trono frente a un nuevo monarca, planeaba un acto de maldad absoluta. Para evitar la tragedia, José y María huyeron hacia Egipto en medio de la oscuridad, salvándose de la matanza que Herodes ordenó contra todos los niños recién nacidos, un episodio de dolor que la historia católica recuerda cada 28 de diciembre como el Día de los Santos Inocentes.
Al conmemorar hoy este relato, es valioso redescubrir que el verdadero sentido de la Navidad se encuentra en la generosidad de obsequiar desde el corazón a quienes apreciamos, pero sobre todo, en la capacidad de ver que el regalo más sublime que Dios entregó a la humanidad es el nacimiento del Niño Dios, una luz de esperanza que sigue iluminando nuestros hogares hasta el día de hoy


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