Los medios siempre incentivaron al público a donar sus órganos, sólo que siempre eran pocos los que se atrevían a ayudar a alguien en estado de emergencia. Por eso es que el Estado promulgó la Ley del Donante lo que significa que a partir del martes 1 de octubre todos los ciudadanos son donantes automáticamente y de forma universal, aunque está la opción de ir a la notaria para aquel que no lo quiera ser nunca.
Muchos dicen que es una forma de imponer a que todos donemos “por la razón o la fuerza”, esto más bien es consecuencia de la apatía generalizada de las personas, aunque donantes siempre hubo. Y por la cantidad de personas que renunció a su calidad de donante, lo que gatilló la decisión de gobierno. Para quien quiera donar no es fácil, ya que antes del acto médico hay un orden en su organismo definido por la formación biológico-natural, desde el momento de nacer, una especie de miedo a que le pueda ocurrir algo. Ya la sola intervención del hombre rompe un poco con ese esquema que la naturaleza le ha dado, y tampoco se trata de que cualquiera done órganos.
El objetivo de donar órganos tiene como propósito salvarle la vida a alguien que necesite órganos urgentemente, y también impedir que muchas familias vivan días de luto tras saber que un ser querido ha fallecido. Es un acto de caridad para que algunos mantengan la esperanza de seguir existiendo en relación con su entorno y con el mundo, total todos tienen una misión en este mundo. Y esta medida aunque incómoda y brusca en un comienzo, tiene propósitos nobles. Rechazar la opción de ayudar es un claro ejemplo de egoísmo.
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