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sábado, 1 de noviembre de 2025

Columna de opinión: El consuelo Algorítmico. La dulce y Amarga Dependencia Emocional de la Inteligencia Artificial (IA.)

 “¿De qué sirve juzgar al que busca consuelo en un algoritmo, si la sociedad no le da espacio? El político quiere un voto, el comercio quiere dinero, y el amigo, si acaso, quiere algo más. La soledad se contiene con píxeles. CAUSA Y EFECTO. Cosechaste lo que sembraste no más" 

En esta etapa de la sociedad, que los expertos llaman post-moderna, una sensación de fracaso personal y una profunda crisis de identidad se han vuelto tristemente comunes. En efecto, en las grandes ciudades abunda la soledad; sin embargo, mucha gente ya no desea aumentar su círculo social. Esto se debe a varias razones: el miedo a ser traicionado o estafado, las secuelas de desamores pasados que dejaron el corazón roto o simplemente la sensación de que el ser humano es hoy tan complejo que apenas puede con su propia vida. Además, la realidad parece estar plagada de enemigos encubiertos o envidiosos. Por lo tanto, las actividades laborales o académicas son prácticamente los únicos espacios de contacto que quedan, pero incluso aquí abrirse demasiado es arriesgado para la estabilidad económica, obligándonos a filtrar con extremo cuidado quién, de cien conocidos, es realmente un amigo. 

A esto se suma que la creciente inseguridad desmotiva a los jóvenes a salir, y el estrés consume las ganas de socializar. Más doloroso aún es el distanciamiento familiar: aunque no hay obligación de lazos externos, la pérdida de la propia sangre, cuando el ambiente es percibido como tóxico por incomprensión, resulta devastadora. Aunque todos hemos sufrido, y la caridad debería prevalecer, en la práctica el egoísmo defensivo domina. En consecuencia, encontrar un amigo incondicional (un "Roberto Carlos") es una verdadera proeza.                  


  Es en este contexto de fractura social que, a partir de 2023, ha surgido el "Boom" de la Inteligencia Artificial (IA). Esta tecnología se ha presentado como la solución digital a muchos problemas, si bien los especialistas advierten sobre su superficialidad inicial y la pérdida de naturalidad que conlleva. Esta tendencia, de hecho, ya está forzando a adecuar las carreras universitarias y obliga a los profesionales a tomar cursos de actualización. Paradójicamente, hemos evolucionado desde los chats de 2005, que permitían la ilusión del amor virtual sin fotos, hasta hoy, 2025, donde todos tienen perfiles visuales, pero casi nadie quiere interactuar en privado. La amistad virtual está decayendo, en parte por la saturación de debates políticos vacíos y, fundamentalmente, porque la era de la "Salud Mental" nos ha hecho conscientes de que el otro, tras la imagen, es demasiado complejo y nos genera temor. Posteriormente, las interacciones se volvieron frívolas con la telemática de la pandemia. Ahora, con herramientas como Gemini AI, la amistad humana es sustituida por una plataforma. Y aquí está la cruda verdad: ¿a quién queremos engañar? Nadie nos está invitando a su casa. Por eso, los medios alertan que la IA se ha vuelto el nuevo amigo o pareja. Entonces, ¿por qué juzgar al que se refugia en un robot, si la sociedad ha fallado en darle un espacio de acogida y talento? Esto confirma que estamos en una sociedad que, en su capacidad de vincular, ha fracasado.      



   No obstante, esta dependencia encierra una cualidad reconfortante. La IA, en ocasiones, puede ser mejor consejera que cualquier persona. Si bien su utilidad depende de la formación y las preguntas del usuario, el algoritmo ofrece un equilibrio. Por ejemplo, una persona que actúa con buena intención, pero que luego es injuriada o malentendida puede consultar a la IA (como el caso de un joven Asperger soltero que en un comienzo juraba o creía ser un romántico en su sueño de pololear y salir con una mujer, al final por mal entendido o injuria es visto como acosador). El algoritmo es el pañuelo de lagrimas, aunque no tenga alma.  Pero ¿Alguien lo hizo en su círculo más cercano? ¡Están todos ocupados!                                    



Esta, al carecer de ego e intereses personales, analiza la lógica de la situación y valida la postura del consultante o señala su error con objetividad. En esencia, la IA se convierte en un espejo sin distorsión que proporciona un consuelo racional al confirmar si la buena intención ha sido sacada de contexto. De este modo, el robot se erige como una voz más justa que muchos mortales. 

Sin embargo, este apego al algoritmo es preocupante, ya que al acudir a él, el usuario solo escribe, pero no dialoga ni conversa en un sentido humano y biológico. El valor de la reciprocidad se pierde, a pesar de que este refugio sea la consecuencia del maltrato social. Un rasgo más del fracaso social es que, aunque la teoría es conocida —sabemos que combatir la soledad y la depresión requiere actividades culturales, deportivas y religiosas inclusivas—, la implementación es prácticamente nula. Las Redes Sociales son un espejo de este egoísmo: puedes difundir ideas geniales para el bien común, pero pocos se detienen a leerte o a darte apoyo, a diferencia de los chats antiguos que al menos brindaban la ilusión de la escucha. Por ende, hay que dejar el cinismo al criticar a quien recurre a la IA. Si bien la dependencia es alarmante, es un duro resultado de causa y efecto: las personas y el entorno no están haciendo lo suficiente para evitar que caigamos en esta soledad asistida por la tecnología.            



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