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miércoles, 3 de septiembre de 2025

Columna de opinión: Una rutina laboral marcada por la crueldad, el calvario de un trabajador con TEA

Las personas malas hacen creer al entorno que sus "víctimas" serían 
personas con enfermedades psiquiátricas, como una forma de que no las
escuchen. Antes, en tiempos muy retrógrados, se asociaba a un "loco"
como un sujeto carente de razón, y por mucho que el sujeto sintiente mostrara
síntomas de calvarios prolongados, el interlocutor sólo se limitaba 
a calmarlo, como que no exagere, que no sea histérico o no le ponga color.
ABUSO DE PODER 
La noticia de la brutal agresión a un trabajador con Trastorno del Espectro Autista (TEA) en el Hospital de Osorno ha remecido a la opinión pública. Según la denuncia, el funcionario sufrió un calvario de humillaciones y torturas a manos de cuatro de sus compañeros de trabajo durante un extenso periodo que se prolongó entre 2018 y 2020. Las vejaciones denunciadas son tan crueles como incomprensibles: golpes, quemaduras, e incluso haber sido rapado en contra de su voluntad. Este caso no solo revela una profunda falta de empatía, sino que también pone en evidencia la urgente necesidad de abordar la vulnerabilidad de las personas con alguna condición neurológica en entornos laborales y sociales.

 El trato recibido por este funcionario en Osorno es, sin lugar a dudas, absolutamente condenable. Personas con alguna condición del espectro autista han estado históricamente expuestas al abuso de poder. Antiguamente, se las asociaba con "enfermedades psiquiátricas" y se las ignoraba. Era habitual que se les viera como "locos", seres carentes de razón, y que se les aislara por el mero prejuicio. Incluso cuando mostraban signos de dolor o maltrato, se les tildaba de histéricos o exagerados, con la perversa excusa de que se autoinflingían sus problemas, una excusa vil para negarles la ayuda y la acogida que necesitaban. Esta mentalidad, que lamentablemente aún persiste, es un reflejo de una sociedad que históricamente ha preferido ignorar lo que no comprende, en lugar de esforzarse por entender y proteger a los más vulnerables.                


Antes AISLÁBAMOS a estas personas. No los escuchábamos. 
Estos abusos ya venían ocurriendo desde el 2018 al 2020. Sólo que recién
cinco años después (2025) se ventiló a la opinión pública.
¿Por qué no se denunció antes este problema? Porque a la víctima
posiblemente LA IGNORABAN !! No la tomaban en cuenta, en su momento.
Resulta incomprensible y profundamente indignante que estos abusos pudieran ocurrir durante años, a espaldas de la comunidad. Para que una situación de esta magnitud se mantenga impunemente, se requiere de la complicidad tácita o explícita de varias autoridades. En lugar de aplicar sanciones rápidas y contundentes, la inacción de quienes debieron proteger al trabajador normalizó el abuso. El silencio y la omisión de quienes tenían la responsabilidad de velar por un ambiente de respeto se convierten en una forma de complicidad.

El hostigamiento hacia personas con TEA a menudo se manifiesta de forma silenciosa y artera, con la intención de provocar una reacción en la víctima que refuerce el prejuicio de que es "diferente" y que, por tanto, merece el aislamiento. Estos abusadores buscan provocar intencionalmente una crisis de hipersensibilidad, por ejemplo, a través de la agresión acústica, una forma de acoso común que aprovecha la vulnerabilidad de las personas con TEA a la hipersensibilidad auditiva. De esta forma, el agresor busca que el afectado se descompense, para luego presentarlo como un ser "anormal", creando una justificación falsa para su exclusión social.

La condena social hacia los cuatro sujetos no es suficiente; debe ser categórica y ejemplar. Las pruebas y evidencias que se han difundido en las redes sociales, con registros que dan cuenta de las crueles torturas que se prolongaron por años, sirven como un testimonio irrefutable. En ellos se ve al trabajador siendo forzado a desnudarse, quemado con vapor, y rapado en contra de su voluntad. Las grabaciones son aún más perversas, pues incluyen las burlas y risas de los agresores. Lo paradójico y lamentable es que estos registros fueron hechos por los mismos agresores, quienes en su arrogancia jamás sospecharon que esas grabaciones serían la prueba definitiva de su crueldad y de la vulnerabilidad de su víctima. Estos actos no son solo un delito, sino un reflejo de una profunda falta de humanidad que la sociedad chilena debe repudiar enérgicamente.

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