Jesús caminaba por el Cerro Alegre, admirando las casas de colores y los murales que adornaban las calles. Se sentía feliz de estar en Valparaíso, una ciudad llena de vida y cultura. Se encontró con un grupo de jóvenes que tocaban música y bailaban en una plaza. Se acercó a ellos y les saludó con una sonrisa.
- ¿Qué tal, amigos? ¿Puedo unirme a ustedes? - les preguntó.
- ¡Claro que sí! - le respondieron. - ¿Sabes tocar algún instrumento?
- Bueno, no soy muy experto, pero puedo intentarlo - dijo Jesús.
Le pasaron una guitarra y se puso a tocar una canción popular. Los jóvenes se sorprendieron de su habilidad y se pusieron a cantar con él. Jesús se divertía mucho, riendo y compartiendo con ellos. Les contó algunas historias de sus viajes y les enseñó algunas lecciones de amor y paz.
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- Eres increíble, amigo - le dijo uno de los jóvenes. - ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Jesús - respondió él.
- ¿Jesús? ¡Qué nombre más bonito! - exclamó otro. - ¿De dónde eres?
- Soy de Nazaret, una pequeña ciudad de Galilea - dijo Jesús.
- ¡Qué lejos! ¿Y qué haces aquí en Valparaíso? - le preguntó otro.
- Vine a conocer esta hermosa ciudad y a traer un mensaje de esperanza a su gente - dijo Jesús.
- Pues te damos la bienvenida, Jesús - le dijeron los jóvenes. - Eres uno más de nosotros.
Jesús se sintió muy agradecido por la hospitalidad y el cariño que le mostraron los jóvenes. Se dio cuenta de que había encontrado unos nuevos amigos en Valparaíso.
Mientras tanto, en un rincón de la plaza, había un joven solitario que observaba la escena con tristeza. Se llamaba Mateo y toda su vida había sido menospreciado por los demás. Su familia lo había abandonado cuando era niño y había crecido en un orfanato. No tenía amigos ni nadie que lo quisiera. Se sentía solo y vacío.
Jesús lo vio y sintió compasión por él. Dejó la guitarra y se acercó a Mateo.
- Hola, ¿cómo te llamas? - le preguntó.
- Me llamo Mateo - respondió él con timidez.
- Mucho gusto, Mateo. Yo soy Jesús - dijo Jesús.
- Lo sé - dijo Mateo. - Te he estado escuchando. Eres muy bueno tocando la guitarra y contando historias.
- Gracias, Mateo. Me alegra que te guste lo que hago - dijo Jesús.
- A mí me gustaría hacer lo mismo que tú, pero no sé cómo - dijo Mateo.
- ¿Qué te gustaría hacer, Mateo? - le preguntó Jesús.
- Me gustaría tener amigos, reír, compartir, ser feliz - dijo Mateo.
- Pues yo quiero ser tu amigo, Mateo - dijo Jesús. - Y te quiero enseñar algo muy importante: tú eres un hijo de Dios y él te ama con todo su corazón.
- ¿De verdad? - preguntó Mateo con incredulidad.
- Sí, de verdad - afirmó Jesús. - Dios te creó a su imagen y semejanza y tiene un plan maravilloso para tu vida. Él nunca te abandona ni te rechaza. Él está siempre contigo y quiere que seas feliz.
- No lo puedo creer - dijo Mateo con lágrimas en los ojos.
- Créelo, Mateo. Es la verdad - dijo Jesús con ternura. - Y yo estoy aquí para demostrártelo. Ven conmigo, quiero presentarte a mis amigos.
Jesús tomó la mano de Mateo y lo llevó hacia el grupo de jóvenes que seguían tocando música y bailando. Les presentó a Mateo y les pidió que lo acogieran como uno más de ellos. Los jóvenes aceptaron a Mateo sin dudar y lo invitaron a participar en su fiesta. Mateo se sintió feliz por primera vez en su vida. Se olvidó de su pasado doloroso y se llenó de esperanza. Se puso a tocar, a cantar, a bailar, a reír, a compartir con Jesús y sus nuevos amigos.
Jesús lo miró con amor y se alegró de haber cumplido su misión. Había traído la luz de Dios a un corazón oscuro y le había dado una nueva vida. Había hecho un milagro en Valparaíso.
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UNA SEMANA DESPUÉS
Jesús seguía caminando por Valparaíso, disfrutando de su belleza y su diversidad. Llegó a la Subida Cumming, una calle llena de vida y color. Escuchó el sonido de un organillo que tocaba una melodía alegre. Se acercó al músico y le dio las gracias por su arte.
- De nada, amigo - le dijo el músico. - ¿Te gusta el organillo?
- Me encanta - dijo Jesús. - Es un instrumento muy especial.
- Lo es, lo es - dijo el músico. - Tiene mucha historia y mucha magia.
- ¿Magia? - preguntó Jesús.
- Sí, magia - dijo el músico. - El organillo tiene el poder de alegrar los corazones y de unir a las personas.
- ¿De verdad? - preguntó Jesús.
- Sí, de verdad - dijo el músico. - Mira a tu alrededor y verás.
Jesús miró a su alrededor y vio que el organillo había atraído a muchos jóvenes que se habían reunido en la vereda. Algunos cantaban, otros bailaban, otros conversaban. Todos se veían felices y animados.
- ¿Ves? - dijo el músico. - El organillo crea una atmósfera de armonía y fraternidad.
- Es maravilloso - dijo Jesús.
- ¿Quieres probarlo? - le ofreció el músico.
- ¿Yo? - se sorprendió Jesús.
- Sí, tú - insistió el músico. - Tú tienes algo especial, amigo. Tú tienes el don de la música.
- Bueno, no sé... - dudó Jesús.
- Vamos, anímate - lo animó el músico. - Te presto mi organillo y tú tocas lo que quieras.
Jesús aceptó el ofrecimiento y tomó el organillo entre sus manos. Lo miró con curiosidad y lo hizo sonar. El organillo emitió una nota clara y dulce. Jesús sonrió y se puso a tocar una canción que le salió del alma. Era una canción de amor y paz, de esperanza y fe, de alegría y gratitud.
Los jóvenes que estaban en la vereda se quedaron maravillados con la canción de Jesús. Se acercaron más a él y se pusieron a cantar con él. La canción se extendió por toda la Subida Cumming y llegó a los oídos de más personas que se sumaron al coro. Pronto, toda la calle se convirtió en una fiesta musical.
Jesús se sintió muy feliz de ver cómo su canción había unido a tantas personas. Les dio las gracias por su participación y les invitó a seguirlo en su recorrido por Valparaíso.
Los jóvenes aceptaron con entusiasmo y siguieron a Jesús por las calles de la ciudad. Jesús los llevó a conocer diferentes lugares y personas que le habían llamado la atención.
Entraron en una disquería donde había discos de Victor Jara y Violeta Parra, dos grandes artistas chilenos que habían cantado por la justicia y la libertad. Jesús les habló de la importancia de la música como una forma de expresión y de protesta. Les dijo que ellos también podían usar su voz para defender sus derechos y los de los demás.
Salieron de la disquería y se encontraron con un poeta que les enseñó francés. El poeta era un hombre culto y simpático que les contó historias de París, la ciudad del amor y la luz. Les enseñó algunas palabras y frases en francés que les parecieron muy bonitas. Les dijo que el francés era un idioma muy elegante y romántico.
Continuaron su camino y llegaron a un mural con los versos de Pablo Neruda, otro gran poeta chileno que había ganado el Premio Nobel de Literatura. Jesús les leyó algunos de sus poemas que hablaban del mar, del amor, de la vida. Les explicó que Neruda era un poeta universal que había sabido captar la esencia de las cosas con su palabra. Les dijo que ellos también podían escribir poemas que expresaran sus sentimientos y sus sueños.
Así, Jesús los fue guiando por Valparaíso, mostrándoles su belleza y su riqueza cultural. Pero también les mostró su realidad social, sus problemas y sus desafíos.
En el camino, se encontraron con muchas personas tristes, gente pobre que no tenía empleo, jóvenes adolescentes con autismo a quienes les costaba hacer amigos, mujeres con depresión, niños mapuches que se sentían mal por ser abusados. A todos ellos, Jesús les dio una palabra de aliento, un abrazo, una sonrisa. Les dijo que no estaban solos, que él los amaba y que Dios los amaba. Les dijo que tenían un valor infinito y que podían superar sus dificultades. Les dijo que confiaran en él y en su poder.
Los jóvenes que acompañaban a Jesús se conmovieron con su bondad y su compasión. Se dieron cuenta de que Jesús era diferente a los demás, que tenía algo especial, algo divino. Se preguntaron quién era él y de dónde venía.
Jesús les dijo que él era el Hijo de Dios y que había venido al mundo para salvar a la humanidad. Les dijo que él era el camino, la verdad y la vida. Les dijo que él era el amor.
Los jóvenes quedaron impresionados con sus palabras y sintieron una gran admiración por él. Algunos le creyeron y otros no, pero todos lo respetaron y lo quisieron.
Jesús los invitó a seguirlo y a ser sus discípulos. Les dijo que él los haría pescadores de hombres, que les daría una misión y un propósito. Les dijo que él los haría felices.
Algunos aceptaron su invitación y otros no, pero todos le agradecieron por lo que había hecho por ellos.
Jesús los bendijo a todos y siguió su camino por Valparaíso.
Al final del día, Jesús y sus amigos llegaron a un mirador desde donde se podía ver toda la ciudad y el mar. El sol se estaba poniendo y el cielo se teñía de colores. Era un espectáculo maravilloso.
Jesús les dijo a sus amigos que ese era el regalo de Dios para ellos, que esa era la obra de su Padre. Les dijo que Dios había creado todo lo que veían con amor y sabiduría. Les dijo que Dios quería que disfrutaran de su creación y que cuidaran de ella.
Los amigos de Jesús contemplaron el atardecer con asombro y gratitud. Se sintieron felices y bendecidos. Se abrazaron unos a otros y le dieron las gracias a Jesús por haberles mostrado la luz de Dios.
Jesús los abrazó también y les dio las gracias por haberle acompañado en su recorrido por Valparaíso. Les dijo que él los quería mucho y que siempre estaría con ellos.
Y así terminó el día más hermoso de sus vidas.
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TIEMPO DESPUÉS
Jesús y el joven del cerro
Había una vez un joven que vivía en el Cerro Alegre de Valparaíso. Se llamaba Mateo y tenía Trastorno de Espectro Autista. Esto hacía que le costara mucho relacionarse con los demás, y que a veces se sintiera solo y triste. Mateo era un gran admirador de las artes y de la música, y le encantaba pasear por las calles llenas de colores y murales del cerro.
Un día, mientras caminaba por una bajada, se encontró con un hombre vestido de blanco, que le sonrió con amabilidad. Era Jesús, que había venido a visitar el puerto y a conocer a sus habitantes. Jesús se acercó a Mateo y le preguntó su nombre.
- Hola, ¿cómo te llamas? - le dijo Jesús.
- Me llamo Mateo - respondió el joven, un poco nervioso.
- Mucho gusto, Mateo. Yo me llamo Jesús. ¿Te gusta el arte? - le preguntó Jesús, señalando un mural que había en la pared.
- Sí, me gusta mucho. Me gusta ver los colores y las formas - dijo Mateo.
- A mí también me gusta el arte. Es una forma de expresar lo que sentimos y lo que soñamos. ¿Quieres que te acompañe a ver más murales? - le ofreció Jesús.
- Bueno... si no te molesta... - aceptó Mateo, con timidez.
Así comenzó una amistad muy especial entre Jesús y Mateo. Jesús le mostró a Mateo muchos murales y le contó las historias que había detrás de ellos. Le habló de la alegría, la esperanza, la justicia, el amor y la fe. Le enseñó a ver la belleza en las cosas simples y a valorar lo que tenía. Le hizo sentir que no estaba solo, que era importante y que tenía un propósito en la vida.
Mateo se sintió muy feliz con Jesús, y empezó a sonreír más. También empezó a conocer a otros jóvenes que compartían su pasión por el arte y la música. Uno de ellos era una joven muralista llamada Sofía, que pintaba con mucho talento y creatividad. Sofía se fijó en Mateo y le gustó su forma de ser. Se acercó a él y le habló con simpatía.
- Hola, ¿cómo te llamas? - le dijo Sofía.
- Me llamo Mateo - respondió él.
- Yo me llamo Sofía. Me gusta mucho tu camiseta - le dijo ella, refiriéndose a la camiseta de una banda de rock que llevaba Mateo.
- Gracias, es mi banda favorita - dijo él.
- A mí también me gusta esa banda. ¿Te gusta la música? - le preguntó ella.
- Sí, me gusta mucho. Me gusta escucharla y tocarla - dijo él.
- ¿Tocas algún instrumento? - le preguntó ella.
- Sí, toco la guitarra - dijo él.
- ¡Qué bien! Yo también toco la guitarra. ¿Quieres que toquemos algo juntos? - le propuso ella.
- Bueno... si quieres... - aceptó él.
Así comenzó otra amistad muy especial entre Mateo y Sofía. Sofía le mostró a Mateo sus murales y le enseñó algunos trucos para pintar mejor. Le habló de sus sueños, sus proyectos, sus miedos y sus alegrías. Le hizo sentir que era especial, que tenía talento y que podía lograr lo que se propusiera.
Mateo se sintió muy feliz con Sofía, y empezó a enamorarse de ella. También empezó a integrarse más con otros jóvenes del cerro, que lo aceptaron como era y lo respetaron. Algunos eran punks, otros eran hippies, otros eran rockeros, pero todos tenían algo en común: el amor por el arte y la música.
Un día, Jesús reunió a todos los jóvenes en frente de un mural en medio de una bajada. Era un mural muy bonito, que mostraba una escena de paz y armonía entre personas de diferentes razas, culturas y creencias. Jesús les habló con cariño y les dijo:
- Queridos amigos, estoy muy orgulloso de todos ustedes. Han demostrado que son capaces de crear cosas maravillosas, de expresar sus sentimientos, de compartir sus sueños, de superar sus dificultades, de respetar sus diferencias y de amar sin condiciones. Ustedes son el futuro de este mundo, y tienen una misión muy importante: hacer de este un lugar mejor para todos. Por eso, quiero pedirles un favor: tomen de las manos a la persona que tienen al lado, y digan conmigo: "Somos uno".
Los jóvenes hicieron lo que Jesús les pidió, y se tomaron de las manos. Mateo tomó la mano de Sofía, y sintió su calor y su cariño. Sofía tomó la mano de Mateo, y sintió su fuerza y su confianza. Todos juntos dijeron con Jesús: "Somos uno".
Y en ese momento, se produjo un milagro. El mural se iluminó con una luz brillante, y las figuras que había en él cobraron vida. Se movieron, se abrazaron, se sonrieron y se unieron a los jóvenes. Era como si el arte se hiciera realidad, y la realidad se hiciera arte. Todos sintieron una gran emoción, y una gran paz.
Jesús los miró con amor, y les dijo:
- Gracias por ser mis amigos. Los quiero mucho. Y recuerden: siempre estaré con ustedes.
FIN
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