Durante
dos décadas el gobierno ha trabajado en campañas sociales a favor de las
mujeres, para denunciar los casos de violencia intrafamiliar. Aunque se debiera
estar en contra de todo abuso hacia adultos mayores, homosexuales, grupos
indígenas, discapacitados, niños e incluso hombres. La vulneración afecta a su
autoestima, y aunque siempre existieron leyes que en teoría defienden a cada
uno de los chilenos en la práctica cuesta de que el legitimo y tan anhelado acto
de hermandad se convierta en un habito.
Pero
ocurre que la prensa no indaga sobre las sensaciones del hombre agresor antes,
durante y después de ocasionar las brutales golpizas. ¿Qué pasa si no es la
mujer la que provoca a su pareja?, y sin embargo ante las cámaras de televisión
queda como una víctima intocable. O ¿Qué pasa si en nuestra sociedad no hay
preocupación por prevenir estos conflictos? Jamás nos hemos preguntado como
sociedad si el Estado ha mostrado interés en ayudar psicológicamente al hombre,
mas allá de que acepte o no tratamiento de forma voluntaria, no olvidar que
esta sociedad está colapsada moralmente y emocionalmente, muchos profesionales
han reconocido públicamente que la sociedad chilena está enferma, cada persona
debe enfrentar con un entorno más hostil al salir de sus hogares, y jamás se ha
indagado en las frustraciones personales del agresor cuando éste –en su
ignorancia- busca saciar sus traumas.
Tampoco
hay que negar los frutos producidos por estas campañas, cada generación va pasando
en el tiempo y los hombres optan por contar cien o mil veces antes de gritarle
“al amor de su vida”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario