Hoy en día, es común verlos caminando por los barrios. Hablamos de los promotores de planes de telefonía, internet o televisión. Esas personas que, sin ser trabajadores de planta para una compañía de telecomunicaciones (vestidos con ropa casual y mostrando un evidente aspecto de “civil”), tocan la puerta a cualquier hora.
Para muchos, esta es una forma de ganarse el pan en tiempos difíciles, y se valora la necesidad de trabajar.
Pero sin embargo, para otros, esta actividad se ha convertido en algo inútil y repetitivo. No es raro escuchar a los vecinos decir que ya tienen un plan, que no les interesa o simplemente no quieren recibir a nadie. Se crea una especie de monotonía, donde el promotor insiste por su necesidad, y el morador rechaza por la suya, en un ciclo que no sirve para nada (Esfuerzo y tiempo perdido).
El problema se agrava cuando el ofrecimiento, lejos de ser un aporte, se siente como una molestia.
Esto se nota sobre todo al atardecer o al anochecer, cuando la gente llega muy exhausta de su trabajo. Son momentos en que sin querer los promotores cometen una imprudencia, porque esas no son horas de andar ofreciendo "cuestiones". Allí, lo único que el vecino quiere es descansar, servirse la once, comer y ver televisión en familia. Que un promotor toque la puerta justo a esa hora, interrumpiendo el descanso, puede ser muy invasivo.
Agreguemos también que en horarios poco prudentes, surge una preocupación mucho mayor: el miedo de que no sean promotores, sino personas mal intencionadas que se hacen pasar por ellos para espiar las casas con otros fines. La seguridad de la familia siempre es lo primero.
La verdad es que, si alguien necesitara de un servicio nuevo, sabe dónde buscarlo. La mayoría de las personas van a los centros de la ciudad para ir directamente a la compañía o simplemente llaman por teléfono para preguntar por los planes. Es un proceso más directo, seguro y respetuoso. El cliente toma la iniciativa, sin ser interrumpido en su hogar. Es la forma más lógica y eficiente de contratar algo que realmente necesitas, sin presiones ni interrupciones.
Al final del día, la pregunta que nos queda es: ¿Por qué debe venir un promotor a ofrecernos planes, cuando nadie lo ha llamado? Sobre todo, si pensamos en que este tipo de trabajos informales, donde ellos no tienen un sueldo fijo, dependen enteramente de las ventas que consigan para sobrevivir. Parece que el sistema, en vez de pensar en la comodidad del cliente, pone la responsabilidad de la venta en una persona que, con su esfuerzo, a veces incomoda a la gente en su propio hogar.



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