Con la llegada de diciembre, la región del Biobío se prepara para una nueva estación donde el calor y las altas temperaturas se vuelven protagonistas. Entre diciembre y marzo, el cambio climático ha provocado que las máximas oscilen habitualmente entre los 21°C y 28°C, alcanzando de forma excepcional los 30°C, una cifra inusual para nuestro borde costero. En estos meses, la dinámica local se divide: están quienes escapan a sus casas de veraneo o a la Laguna Avendaño de Quillón (en la vecina región de Ñuble), y quienes buscan el frescor del mar en las playas cercanas. Sin embargo, también es la realidad de muchos otros que deben trabajar o que, al estar desocupados, permanecen en sus barrios.
Pero, independiente de la situación, hay un rito que une a todos: el consumo de las humitas de maíz. A simple vista, la humita se presenta como un rústico envoltorio vegetal de hojas de choclo, amarrado firmemente con una tira de la misma hoja (También se envuelve con finos cordeles). En su interior, resguarda una pieza de comida firme que, aunque pueda recordar a un trozo de carne, no es más que una deliciosa salsa solidificada de maíz molido.
Esta preparación posee raíces ancestrales; el término «humita» proviene de la voz quechua "humint'a". Básicamente, consiste en una masa de maíz fresco levemente aliñada que se cuece dentro de las hojas de la mazorca, conocidas como chalas o pancas. En Chile, la receta es sagrada: se muelen los granos de choclo junto con cebolla frita en manteca y albahaca, añadiendo a veces un toque de ají verde hasta obtener una masa que luego es cocinada en agua con sal. Al servirla, se desata el eterno debate: muchos las prefieren con azúcar espolvoreada, logrando ese sabor dulce que recuerda al pastel de choclo, mientras que otros defienden la versión salada con una pizca de sal y acompañada por una fresca ensalada de tomate o ensalada chilena.
Más allá de su sabor, la humita ofrece una ventaja invaluable para quienes odian cocinar o llegan cansados a casa: es el "sacador de apuros" perfecto. En el centro de Concepción, personajes típicos han vendido este producto por décadas en esquinas emblemáticas como Freire con Rengo. Casi siempre las humitas ya vienen cocidas, por lo que los vendedores las guardan en un "cooler" o canasto para conservar la temperatura; es una comida hecha para comprar y llevar. El comprador saluda al vendedor, recibe sus humitas envueltas en papel desechable (adentro de una bolsa de "nylon") y las guarda en su mochila para luego, tras una intensa mañana de trámites, llegar a casa, descansar en el living y simplemente calentarlas un poco en la olla. Su versatilidad la hace ideal para un picnic en la playa, un viaje en tren o un trayecto largo en bus, siendo una opción económica que forma parte de la cultura popular y que funciona como nuestra verdadera "comida rápida" nutritiva.
Mientras en la ciudad se compra por docenas, en el mundo rural aún permanece la cultura del esfuerzo y el moledor de metal. Los pequeños productores se levantan al alba para cosechar el maíz antes de que el sol del mediodía sea sofocante. Durante la tarde, trabajan deshojando, picando y desgranando el choclo de la coronta para pasarlo por el moledor de campo, preparando esa pasta que alimentará a la familia o se venderá como negocio. Esta práctica, aunque predominantemente agrícola, no tiene estigmas de clase y se consume en la "pobla", la playa y el campo por igual. Curiosamente, su consumo es menos frecuente en sectores acomodados o en la juventud más mediatizada y "progre", donde la moda dicta el consumo de Sushi —que, siendo también natural, es mucho más costoso—, olvidando que la humita es un producto vegetariano tan legítimo como cualquier tendencia moderna.
En el campo, muchas casas tienen un
moledor (o molino) de maíz
Para este 2025, los puntos de abundancia en Concepción son claros: el Mercado María Angélica (Los Carrera con Rengo), la Vega Monumental —actual principal mercado de la ciudad— y las ferias populares de diversas poblaciones. Pero la humita también sale al encuentro del consumidor en las playas con vendedores itinerantes, en las ferias libres de cada comuna y hasta en las micros, donde los vendedores suben a ofrecer este producto con la misma familiaridad que el clásico vendedor de helados. La humita no es solo un plato; es un motor de la economía popular que define nuestra identidad estival.


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